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Foto del escritorAndrés Gómez

DESDE LA BARRERA


Las anécdotas docentes son numerosas y variadas, recorren todo el espectro que va desde las peores a las más gratas experiencias. En cafeterías, cenas, pasillos y reuniones es común compartirlas, dejo unas pocas que vistas desde la barrera, me llamaron la atención.


Edwin, exigente pero siempre amable lograba ser reconocido como un profesor capaz y tener recordación en lo personal como en lo profesional. Dictaba dando valía al tiempo en clase y pedía lo mismo de sus estudiantes, todo fue muy bien en los ocho años que dedicó a una universidad del centro de la capital, en la que recogía respeto y ascendencia entre sus estudiantes.


En su último año de docencia se enganchó para bien con Santofimio, estudiante que le sorprendía por su capacidad de reflexión, por dar la milla extra indagando y por su constante intención de aprendizaje. Muy lejano del estudiante promedio que asiste y cumple con las actividades para aprobar a cualquier costo, participaba en clase, y luego, fuera del salón originaba o continuaba con charlas interesantes y datos amenos que decían de su nivel de cultura y versatilidad.


Enamorado de tener un estudiante de tal nivel, así como agotado de lidiar con los que solo buscan el 3,0, se solidarizó con Santofimio al escuchar sus prometedoras ideas de emprendimiento que solo carecían de financiación. Decidió prestarle entonces dinero, confió en él por completo, convencido de la importancia de apoyar y acompañar más allá de las aulas y el mundo de las ideas. Pero Santofimio resultó tan poco fiable como su homónimo, Santofimio Botero, cruento personaje de la política ochentera de Colombia, ligado para mal con el famoso Pablo Escobar, así que, después del desembolso del préstamo, nunca le volvió a ver.


Ya lanzado a contar parte de sus vivencias, Edwin compartió que María Claudia era una estudiante que no respondía a ninguna de sus preguntas en clase, sin importar el nivel de dificultad de estas, ni las pistas que le ofreciera. Lo único que invariablemente recibía de ella era un silencio sepulcral, asumía entonces que ella era una mala estudiante, y él, un docente que no lograba transmitir, resignado, quedó de una pieza cuando otra estudiante le dijo: "Profe, dese cuenta que María Claudia se pone muy nerviosa con usted".


Atónito pues nunca había recibido la confesión de gusto de una estudiante a través de otra, Edwin apenas pudo responder que ella tenía que rendir; eludió entonces el tema, protegió su matrimonio y tomó la cosa a manera de broma. Lo curioso estuvo en que después de más de diez años, cuando en un reencuentro relataba esta historia, buscó su perfil en facebook y vimos la foto de una mujer muy atractiva con aire de suficiencia, ante lo cual, Edwin después de una década, al igual que muchos hombres, comprendió la indirecta y nos dijo a los presentes, "¿pude haberla invitado a algo, no?"


Del lado femenino, Adriana, alta, delgada, de ojos verdes, diligente, pragmática, muy dada a la gestión eficaz y veloz, quien ha pasado por todos los cargos habidos en una facultad, contó que se sorprendió cuando un estudiante de su facultad en el día de grado le llevó flores.


En su rol de decana, la única mujer por muchos años con esta designación para facultades de economía en el país, estaba acostumbrada a ser juzgada por hombres, tanto en su aspecto físico como en el intelectual. Conocedora de las artes machistas del país, sabía que debía atender ambos aspectos de manera cuidadosa, así que acompaña los infinitos actos públicos que debe atender con blusas faldas y abrigos que la resalten de manera discreta, lo cual la convierte en una maestra del vestuario, que logra equilibrar lo estético y femenino con la importancia de su cargo.


Ella, receptora de halagos desde diferentes frentes y en muchos eventos, sabe lidiar constantemente con coqueteos, invitaciones, frases e insinuaciones de todo calibre, constituyéndose en una especialista en el manejo de la gente. Aun así, no supo que responder cuando Francisco entró a su oficina después de la ceremonia de grado, diciéndole que ella era la mujer de sus sueños, y que solo ahora, mostrándole el diploma en la mano, se atrevía a decirle que su gusto por ella no tuvo par en los seis años que duró cursando el pregrado que ella dirigía. Sonrojada y muda recibió el halago y las flores, agradeciéndole el gesto llena de sonrisas tímidas y torpes que la hicieron sentir adolescente.





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