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Foto del escritorAndrés Gómez

SOBORNOS

Las presiones por cumplir con expectativas personales, profesionales, laborales y sociales, el deseo de aprobar cursos y obtener diplomas y una cultura del atajo campeante frente a la del trabajo, son elementos de un cóctel que promueve los sobornos en las universidades.


Nadie acepta que existen, son tan recurrentes que hacen parte del paisaje y no se denuncian. Suceden sin distingo de naturaleza pública o privada, antigüedad, tamaño o acreditación de la institución. Quienes llegan de la promoción automática y aquellos que pagan altas matrículas se sienten con derecho de aprobar los cursos y recibir el diploma, por tanto, al ser exigidos y no lograr el rendimiento mínimo, comienza una danza de ruegos y excusas que finaliza en los sobornos.


Envío constantemente mensajes sobre el trabajo y el mérito como motores de la vida, aún así, recibo variadas ofertas. En la U que defiende ser bolivariana, Emigdio me ofrecía $500.000 para eximirlo del examen final y aprobar. Me escandalicé y estuve por denunciarlo ante la DEA y el FBI, luego mi consigliere me hizo notar que nadie me prestaría atención y podría salir afectado al no contar con pruebas diferentes a mi palabra.


En una U de frailes, Óscar requería dos décimas y ofreció $1.000.000 por ellas. Como muchos profesores hacen “curva”, es decir, inflan las notas para congraciarse con estudiantes y evitar que las planillas luzcan mal ante secretarios académicos y decanos, parece un buen negocio. A mi rechazo habló de los bajos salarios docentes y subió a $2.000.000 para pasar de 2,8 a 3,0 y acelerar mi jubilación. Tuve que retirarlo de mi oficina antes de que insulto y oferta siguieran al alza.


El modus operandi es claro, primero van las excusas, tras ellas las súplicas, luego las insinuaciones —estas se demoran dependiendo del nivel de vergüenza del personaje— y, finalmente surgen las ofertas que mejoran una tras otra ya huérfanas de pena alguna.


Al notar que no cedía ante lo monetario, Juan C. Santamaría, me entregaba dos pases para la inauguración de un bar muy exclusivo de su papá en la zona rosa de Bogotá, luego le sumó la cuenta abierta y después extendió el beneficio a todo un año. Agotado ante mi negativa, los dejó sin contraprestación. En el día de la apertura, yo andaba lleno de bostezos y vacío de dinero, una compañera vió los pases en mi escritorio y me convenció de ir; Juan, lejos de incomodarse, me presentó a su padre quien me “agradeció” por tener que pagarle otro semestre y brindamos con una extraña sonrisa.


También fuera de lo metálico, J. Caballero se molestó por ser descubierto copiando en un parcial, luego de negarlo y rogar para impedir la anulación, llegó su soborno en forma de amenaza. Mantendría mi trabajo en esta IES defensora de la expedición botánica solo si no lo denunciaba, pues él tenía un familiar poderoso allí, sus apellidos y luego un llamado de atención desde vicerrectoría confirmaron un caso del famoso “usted no sabe quién soy yo”, que casi me deja desempleado.


Lidiar con el sex appeal femenino es más complejo. Las mujeres no suelen ofrecer dinero, sus propuestas suelen ser de carácter relacional, inventan entonces un plan, alguna invitación a salir. Dependiendo de su personalidad y —supongo yo— del grado de necesidad de aprobación, algunas lanzan insinuaciones más fuertes. Se aseguran de que su mensaje se entienda, ya sea con la mirada, el tono de la voz, un juego de palabras, un “sutil” roce, o adelantando algo a la vista.


Carla tenía contratada la recepción para su grado, imploraba entonces por la nota a la vez que me mostraba las tarjetas de invitación y los tiquetes de sus orgullosos abuelos con origen en Madrid. Confiada en la estrechez de su cintura, en el 1,77 que enmarcaba su belleza y en un cabello extenso, tan negro como sus ojos, prometió que si aprobaba saldríamos a comer, al otro día apostó por sumar un vino a la cena, al quinto, su propuesta era ya beberlo en un jacuzzi. Mi consigliere recomendaba evitar problemas con mi novia y la U, su consejo fue sólido hasta que vio sus fotos en bikini, con el asunto “Piénsalo”.


Creo que la mayoría de mis colegas es gente honesta que no considera los sobornos ni en broma. Sin embargo, muy de vez en vez, alguien quiere ufanarse de un “detalle” estudiantil, mostrando su nueva cadena o celular, invitando un whisky recibido “desinteresadamente” para, sí este último hace efecto, terminar confesando una transacción de por medio.


Hay docentes corruptos que no esperan el soborno sino que incluso lo propician, le dicen a la gente que sin alcohol, sexo o dinero, no se podrán graduar y los obligan a caer en delito, mientras que ellos olvidan por completo aquella idea extraña de enseñar. Algunos incluso lo cuentan abiertamente, se vanaglorian de sus experiencias sexuales y de los regalos que reciben. El tema tiene ida y vuelta, habla mal de todos y explica el origen de carteles y colusiones empresariales, así como los líos en la contratación pública.


Mientras reflexionaba sobre esto, la corrupción, el cohecho, sus raíces, la forma en la que se trata el tema y un montón de vainas más, apareció Martín Echavarría, su atuendo y su auto dirían gran empresario, nunca estudiante de la Universidad de Mutis. Llegó a mi oficina hablando por su teléfono de última generación, lleno de confianza en que era irrelevante haber faltado a las últimas diez sesiones para conseguir las ocho décimas que requería para graduarse.


Evité atenderlo por un rato, pero sabía que persistiría, así que oí sus historias que involucraban vuelos desde Narnia, luego los ruegos que involucraban enfermedades congénitas de todo su árbol genealógico; me preparé, intuí que ya vendría una oferta monetaria, una invitación a su finca con todo incluido, tal vez me tentaría con un celular igual al suyo.


Nada de eso. En cambio, me ofreció ropa. Quedé atónito, sin reacción alguna y mientras lo dejaba en mi oficina, sin siquiera estar molesto en esta ocasión, me miré, vi que su “outfit” distaba, por mucho del mío y comprendí que no comprendía nada.


A veces pienso en el atuendo de los Echavarrías, en el dinero de los Óscares y Emigdios, en los Santamarías y Caballeros, sus familiares y contactos importantes, en la cintura de las Carlas. Y solo concluyo que, llevado a precios de mercado, la calidad de mi escaso sueño vale mucho.

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los principios son algo innegociable, por cierto voy bien con su clase, y creo que ni sabe quien soy, así que estoy leyendo estos blogs con el único fin de entretenerme un poco, no por mejorar mi nota JAJAJA hasta me dieron ganas de abrir un blog propio.

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